Uno de los problemas que más habitualmente traen a los modernos especialistas en salud mental sus pacientes es el de la baja autoestima o complejo de inferioridad. Alegan ser invadidos en todo tipo de situaciones y vínculos por un sentimiento pesimista sobre su ser y hacer, con sus correlativos pensamientos. Esto genera en ellos desde inhibiciones hasta fobias, lo que les impide vincularse satisfactoriamente con el medio y alcanzar así sus metas.
Se dice que el complejo de inferioridad consiste en un sentimiento por el cual una persona se siente de menor valor que los demás. Esto es provocado por un reflejo mental inconsciente, el que se proyecta al exterior debido a la imagen distorsionada del yo, al ser comparada con ideales que se han obtenido a lo largo de la vida. Estos ideales hacen que el individuo se vea a sí mismo con menos capacidades de las que realmente posee, y su frustración se convierte en un contrapeso constante para sus objetivos personales.
En términos psicoanalíticos esos ideales no son más que los propios del Superyo, heredero del Complejo de Edipo, donde se acuña tanto el Ideal del Yo como el Yo Ideal, lo que arremete sádicamente contra el endeble Yo de estos sujetos y desemboca en una culpabilidad latente.
El tratamiento habitual contra este complejo suele ser complementar estos sentimientos, propios de la visión distorsionado del Yo, con sugestiones que afirmen al yo en un trabajo designado fortalecimiento yoico. Y realizarlo tanto desde las técnicas psicoanalíticas clásicas, vehiculizando la libre alocución de los pacientes quienes se afirman y refuerzan en su propio discurso, ya sea ayudados por intervenciones o ausencias instrumentales; hasta con técnicas sistémicas y psicoterapéuticas variadas. En casi todas las oportunidades estos tratamientos tarde o temprano, según cual, ayudarán y denotarán claros cambios en la conducta del acomplejado. Pero, así también, no llegarán a socavar de cuajo este complejo, que retoña inexplicable, o explicable pero irrefrenable al son de “lo entiendo intelectualmente pero no puedo dejar de realizarlo así…”
Mí postulado es que los pacientes afectados por baja auto estima albergan en forma velada para su vida consciente una suerte de soberbia oculta. Metapsicológicamente hablando, el reverso de un Yo endeble es siempre un Superyo severo, abultado por un gran ideal con un quantum superlativo de pulsión de muerte, conflicto netamente inconciente. Lo que esta muy vinculado con el denominado sentimiento de culpabilidad inconciente que recae en el yo del individuo. Quizás más fácil será detectar éste complejo en personas que ritualizan actitudes de una soberbia evidentemente sobre adaptada. Empero parece no tan claro en aquel contrario análogo.
Narraré aquí, a modo de ejemplo, una charla con una paciente de 34 años:
“Estoy empezando a salir con éste chico, y siempre me pasa lo mismo. Me empiezo a sentir una tonta. Cuando él me empieza a decir que estudió, se recibió de técnico en sistemas, y que trabaja ahora de ello, ya me siento menos, y eso me pone mal. Empiezo a pensar que por qué no estudié…”
Este es el momento en que cualquier terapeuta normal y criterioso, entre los cuales me he incluido, y estoy generalizando a sabiendas, atina a fortalecer el Yo, en un relato que eleve las buenas cualidades que están más allá o más acá de estudios, carreras, etcétera. También están quienes solo dirían un “ahá” para que continúe el discurrir. Pero en mí caso, me llama una pregunta, a saber: “¿Por qué tenés que ser más?”. Y una afirmación en mi mente reza que claramente en temas de estudios el muchacho es más. Que el problema no es que él sea más sino que ella viva angustiosamente el hecho de ser menos en algo, ergo el conflicto no radica en ser menos sino en mortificarse por ello.
Ahora bien, ya he propuesto en el artículo de mi autoría titulado El Problema del Masoquismo en la Clínica Psicoanalítica que todo atributo o defecto de carácter negativo del ser humano corresponde a un atributo esencial del Hombre, el cual se ve corrompido por una mala utilización del mismo. Mal uso, por inadecuado, exagerado, invertido o insuficiente. Inadaptativo para la vida sana, psíquica y física de la persona. Esta hipótesis no es mía sino que se sostiene en la cosmovisión tradicionalista Sufi, especialmente de Ibn Al-Arabi, la cual comparte ésta idea con las tradiciones taoista, budista, yogui y la filosofía platónica, y es hoy día tomada por la psicología transpersonal, por lo que no necesito profundizar ni argumentar sobre esto aquí.
Desde ésta óptica consideró que el trabajo sobre el fortalecimiento yoico con los individuos que sufren de baja auto estima, sin bien es fundamental en la clínica para un yo sano, es incompleto para abordar una solución radical. Pero antes de profundizar en esto propongo la siguiente inflexión a saber:
Dicho trabajo de fortalecimiento yoico consiste en aumentar el auto estima o amor propio del paciente, su dignidad u honor. Lo cual es valido hasta cierta medida, y dicha medida es la soberbia. Para entender esto primero debemos diferenciar entre honor y soberbia. Ambos constituyen una suerte de amor propio, lo que en psicoanálisis se denomina narcisismo, acuñando este termino del mito griego de Narciso.
Narciso era un joven que de tan bello se enamoró de su propia beldad, por lo que resistía a todo pretendiente. En dicho mito, según la narrativa helénica, el joven Ameinias es rechazado cruelmente por Narciso, quien mofándose de él le entrega una espada, la cual el despechado utiliza para suicidarse mientras reza a la diosa Némesis (deidad griega de la justicia retributiva) pidiéndole que Narciso conozca el dolor del amor no correspondido. Se cree que esta maldición se hace efectiva cuando Narciso, enamorado de su propia imagen reflejada en un estanque, sin darse cuenta de que se trata de sí mismo, intenta besar la imagen, y al no poder, entristecido de dolor, se suicida con la misma espada. Su cuerpo se convierte en una flor a la cual desde entonces se la llama el Narciso.
En la tradición griega existe un pecado que no es perdonado por los dioses, denominado Hybris (desmesura), consiste en ser desmesurado en la auto valoración. Para los antiguos griegos dicho pecado no es indultado especialmente por el dios Zeus quien no tarda en hacer descender su castigo. Así mismo, en las tradiciones monoteístas denominadas “del libro” (Judaísmo, Cristianismo e Islam) se considera que la envestidura de la soberbia es exclusiva de Al-lah (El Dios), el cual castiga a quien ose vestirlas. Y existen otras tantas tradiciones que nos hablan de lo mismo aludiendo a distintas leyendas. Más allá de la aparente religiosidad de estos mitos es evidente que la sabiduría milenaria nos advierte de una inminente desgracia, interna o externa, al sucumbir a la soberbia, desventura que para los psicólogos junguianos no tendrá sino una etimología psíquica, vinculada con el constructo junguiano de sincronicidad.
Para entender mejor esto analicemos ahora el concepto de “amor propio”. Por lo ante visto se puede conjeturar que existen dos modos de este amor, el amor propio positivo y el amor propio negativo. En su modo positivo, al cual podemos llamar dignidad, consiste en un sentimiento hacia sí que nos conduce a realizar acciones dignas de un ser humano, cultivarnos a nosotros mismos, lo que deriva en honor, que es estar satisfecho espiritual, psicológica y físicamente con nuestra vida o destino, por así decirle. Pero el amor propio en su modo negativo, al cual podemos designar soberbia, consiste en un sentimiento hacia sí que nos lleva a creer que somos o podemos más de lo que es real, lo que nos impulsa a realizar acciones impropias de un ser humano digno, tales como envidiar, lastimar, dañar y en última instancia destruirnos a nosotros mismos, transformándonos en seres símiles o peores que las bestias, y en busca de un poder ilusorio.
Ahora bien, ya estamos en condiciones de exponer nuestra propuesta. Primero y principal considero que el trabajo de fortalecimiento yoico debe estar siempre y sin excepción dirigido a fortalecer honor y dignidad pero no así la soberbia. La diferencia es muy sutil. Entonces un atributo esencial del Hombre con el que contamos como bagaje propio de la dignidad y más adecuando para contrarrestar el sentimiento de inferioridad es la humildad.
Dentro de ésta visión presento al sano atributo de la humildad como esencial correspondiente al insano complejo de baja auto estima. No así a la soberbia. Siempre el honor corre el riesgo de seguir el mismo destino que lo anterior si está desprovisto de humildad, la cual consiste a mí entender, en un contrapunto regio al complejo de inferioridad y complementario al honor, ya que no hay honor auténtico sin humildad. En términos prácticos no se trata sino de la aceptación de que, desde el punto de vista antológico, pueden haber personas mejores, de hecho las hay ¡y mucho mejores que nosotros! E incluso en que podemos sentirnos honrados de estar con ellas.
En el caso del relato de la paciente mencionada supra, consistiría en la aceptación honrosa de estar con un hombre que sepa más en este o aquel sentido, incluso llevar esto a la admiración, lo cual no es idolatría sino tomar el ejemplo sano para llevar sus propias acciones a futuro en esa digna dirección propuesta por, digamos, el destino.
De esto se desprende, en un sentido similar al referido amor propio positivo y negativo, que existe una envidia positiva o “sana” y una envidia negativa o “in-sana”. La positiva, consiste en tomar el ejemplo de otro para ir en esa dirección, también en admirar sanamente a esa persona, y hasta en sentirnos honrados por ser su amigo/a, novio/a, esposo/a, compañero/a, etcétera, si es el caso. Y la envidia negativa reside en detestar a esa apersona que es mejor que nosotros en tal o cual sentido, desear que no tenga los atributos o dones envidiados, ¡que le sean arrebatados! pero no hacer nada para aprender de su ejemplo. Esto también sucede en la no aceptación, por ejemplo del pasado de una pareja, por haber estado con alguien mejor dotado que uno en este o aquel sentido, lejos de esgrimir argumentos para sentirnos mejores la humildad consistiría en aceptar honrosamente las cosas tal como son.
Todos los seres humanos somos lo mismo, iguales en sentido ontológico. Todos somos seres humanos. Pero a nivel antológico, es decir respecto a las acciones en nuestras vidas, somos distintos. No es lo mismo alguien que estudió a alguien que no lo hizo, en sentido exclusivo de los estudios y no en otros, claro está. No es lo mismo alguien que ayuda al prójimo que alguien que no lo hace. No es lo mismo un atleta que un sedentario. Siempre en sentido antológico. Pero, contradictoriamente, esto resulta intolerable a personas de baja autoestima ¿por qué?… Por que existe en ellos una soberbia oculta que les impide “ser menos” y los atormenta de culpa si así lo sienten. Esta soberbia es la propia del Superyo y reside en sus ideales más ocultos.
Es llamativo ver como sujetos acomplejados de inferioridad prontamente trocan en grandes jueces de tradiciones, maestros y profesionales de la salud, quienes nunca llegan a ser dignos de ellos, para sanarlos o ayudarlos. Pareciera que requieren del mismo Cristo, el cual si descendiera de los cielos para aconsejarles probablemente sufriría el mismo destino que antaño.
Lo propuesto aquí es el ejercicio consciente de un hacer humilde, en sentido antológico. Para que esto, con la practica sostenida, se mude en ser, es decir en un cambio existencial y ontológico. Y no hay hacer humilde más volitivo y significativo que el de pedir consejo a alguien que uno considere que sabe más en tal o cual materia, y luego ejercerlo, por supuesto. Incluso más allá de la comprensión propia, con la confianza hacia éste, por tener atributos dignos de ella.
Tanto el psicoanálisis como otras escuelas de conocimiento plantean al ser humano como una sicigia entre cuerpo y psique, portadora de un complejo psicoideo poli yoico, algo así como una «legión» de multiplicidades yoicas. Todos esos yoes, ya sean los propios de la tópica psicoanalítica u otros, no son sino parte de sí, esenciales o heredados, y no se puede heredar nada que uno no tenga en potencial en sí mismo. Aquel ideal elevado, soberbio, es parte de uno, es uno mismo, aunque claro no todo uno. Para mí no se trata sino de dejar de luchar contra mandatos internos, ya sea exigencias y voces de nuestra infancia que nos dicen ser unos «inútiles». Dejar de querer demostrarles a esos mandatos que no somos inútiles, abandonar el perfeccionismo en pos del placer de hacer lo que a uno le gusta, sin necesidad de tener resultados exitosos siempre. Nada es mas liberador que aceptarse imperfecto.
Los métodos junguianos consisten en llevar luz a la sombra, lo que es en esencia lo aquí propuesto. Pero, en general todo método terapéutico cuenta con su bagaje de técnicas para trabajar en la clínica en pos de la salud psíquica. Dentro de esta perspectiva, para el tratado complejo, planteo que la dirección no sea conditio sine qua non la del fortalecimiento yoico sino que también ese fortalecimiento halle dignidad y honor, lo cual será siempre incompleto si no esta constituido por humildad… humildad de ser tan grandiosos y a la vez tan finitos como todo Ser Humano.
Lic. Gastón Gandolfi