Todos los que hemos transitado por el diván de algún psicoanalista poseemos casi sin excepción la experiencia, esa incomoda sensación cuando uno no desea ir más terapia, ya sea por que no lo sienta necesario o por otras razones, pero no se anima a decírselo al analista.
A veces podemos llegar a culparnos a nosotros mismos de seguir yendo a algo que no requerimos, y estar así durante un tiempo razonable o irrazonable, así y todo no animarnos a plantearlo y seguir con la alícuota. Otras veces, más alineadas con el adoctrinamiento psicoanalítico que atraviesa todo “analizante” (paciente de un lacaniano) podemos sentir culpa por pensar que en verdad necesitamos seguir pero tenemos nuestras “resistencias”. Ahora, vamos a poner el acento en ese adoctrinamiento y en las supuestas resistencias, digo supuestas porque cabe preguntarnos si a veces no es el psicólogo quién se estaría resistiendo a dejar a su paciente. Consideremos entonces este cuestionamiento válido para este ensayo.
En mi experiencia, debido a dicho adoctrinamiento antaño a mi terapia, muchos de mis pacientes, es decir los que han experimentado esta sensación con otro psicoanalista, cuando se sienten mejor empiezan naturalmente a desear, digámoslo así, no verme más. Deseo sano por demás. Entonces, cuando de estos prototipos se trata, no tienen mejor idea que informármelo o por mensaje de texto o en los últimos 5 minutos de la sesión… con suerte 5 minutos, más bien en el alargue, con mi próximo paciente colgado al portero. ¿Por qué?
Lo que estoy denominando como el adoctrinamiento, definámoslo, la resistencia del psicólogo a dejar/ser-dejado por su paciente que se ve proyectada al paciente como resistencias, culpa, reproches, RTN (reacción terapéutica negativa), vergüenza, etcétera, parte de una base, o mejor dicho, tiene sus sustentos teóricos. Así como toda mentira que debe tener una verdad de núcleo sino no se puede sostener, reza que todo paciente debe llegar hasta lo que se denomina el “fin de análisis” para poder darle el “alta”… Lo más extraño es que se habla del “alta” en todos los casos, lo que implicaría que todos los pacientes sufren de alguna enfermedad, cual paciente de un medico alopático.
En psicoanálisis se habla del fin de análisis como un nuevo posicionamiento subjetivo frente a la angustia de castración, y existe muchísimo material literario dentro de dicha disciplina sobre el tema. Material harto complejo, rebuscado, difícil, a veces incomprensible y otras veces ensayos pseudo científicos con pretensiones de verdades últimas. Es así, con toda razón, por que “el fin de análisis” es una de las cuestiones más difíciles en terapia. Freud lo llamaba “los movimientos de apertura y cierre”, alegando a que son los más estudiados por los profesionales del ajedrez. Lo más difícil en este juego, en el que las fichas negras son la neurosis del paciente y las blancas el análisis, lo más complicado, es cómo empezar y, más aun, cómo terminar la partida.
Mi práctica dista muchísimo de todo ese balurdo psicoanalista, está en las antípodas. Desde mi sofá, con el adoctrinamiento, el paciente aparenta ser victima de un psicólogo que no quiere largarlo, ni a él ni a su cuota. Y, desde aquí, también parece que los psicoanalistas, conociendo los resultados potencialmente negativos de un alta prematura pero desconociendo ellos mismos los resultados peor o igualmente malos de una subordinación de este tipo, quedan situados más que como profesionales de la salud como una suerte de chamanes que saben más que el paciente como se siente, inconcientemente, como el Otro se vive.
En otro orden de cosas, mi experiencia personal y la de colegas allegados muestra también que, muchas veces cuando nos vamos nosotros o los pacientes de vacaciones, entonces ellos se da cuenta que están mejor, de que quizá tal vez no me necesiten, genial… Pero, en psicoanálisis siempre, y cuando digo siempre digo SIEMPRE, se interpretan las faltas de los pacientes, sus olvidos de la sesión, como aquellas resistencias malignas. Digo, ¿no es extraño y tendencioso que a una persona que por ejemplo es obsesiva o seductora, hablando en criollo: alguien que siempre quiere hacer las cosas perfectas y/o agradar a todo el mundo ¡se olvide de nosotros!? ¡Genial!… Pues parece que el narcisismo del psicólogo es tan grande que no puede imaginar que alguien se olvide de él sin diagnosticarlo ¡resistencia! Pero la sabiduría popular, de la cual no puede estar muy alejado todo análisis, nos dice aquí que muchas veces un olvido en determinados temperamentos es signo de estar mejor, menos “obse”, algo se empieza a sanar.
Ahora, como profesionales de la salud, no solo es lícito sino que imperativo preguntarnos ¿tenemos que estar presentes hasta el final de la “cura”, el fin de análisis, o confiar en que la cicatrización se hará naturalmente? Me atrevo a responder retóricamente: en mi experiencia, casi sine qua non, funciona igual que una herida en un tejido, hueso u órgano, cuando la cura comenzó tiene por destino la sanación, “Elemental mi querido Watson”, ¿o no?
Entonces, tomando como referencia medica que cuando una cura comenzó, salvo nuevas inclemencias exógenas, no así endógenas, tiene por destino la sanación. Por tanto, mi postulado en este ensayo que está basado en mi empíria clínica, es que cuando el proceso de cura comenzó y el paciente ya sabe, o mejor dicho, el inconciente ya ha “entendido”, digamos, como curarse, y como no lastimarse más, obviamente, la cicatriz se da sola… ¡es mejor dejar de tocar esa herida! y permitir así que el proceso se de naturalmente, sanamente, automáticamente si se quiere.
Los psicólogos no somos maestros espirituales, somos profesionales de la salud, reitero una y mil veces, porque algunos se olvidan, ergo no podemos pretender que el paciente vaya hasta donde nosotros queremos que vaya. Salvo que se lo imponga por vía de la justicia, por tener una patología que conlleve riesgos a terceros o de la propia vida del paciente. Incluso así es complicado.
Un buen profesional de la salud tiene que detectar lo más objetivamente posible ese momento, sin imponer filosofías, doctrinas u posicionamientos, ese breve espacio de tiempo en el que el inconciente del paciente se ha empezado a curar solo, y ya no nos necesita más. Digo “breve” porque si uno no lo detecta el paciente sí, y tarde o temprano nos lo hará saber vía olvidos, fallidos, equivocaciones y entonces mal haríamos, si es el caso, en diagnosticar resistencias o peor la mencionada RTN, lo cual iría en detrimento justamente de la cura, ya que allí se siente culpable, allí generalmente él se reprocha a sí mismo por querer dejarnos “resistentemente”. No debemos llegar a eso, en lo posible, y si es el caso, lavar también entonces ese remordimiento.
No estoy diciendo que la RTN no exista, sepan ustedes entender la diferenciación que quiero establecer. Sobre la RNT se ha dicho mucho, aquí no expongo sino que a mi entender es tarea del profesional detectar cuando la auto-sanación se ha activado y sigue su curso en ausencia de la clínica y el médico. Es sabido que, en última instancia, y en primera también, nosotros los psicólogos no “curamos” a nadie, sólo somos una herramienta más en la vida de nuestros transeúntes, dentro de otros tantos útiles que tiene en su mochila. No podemos y no debemos ser tan soberbios como el genio de Lacan para decir que todo pasa por el análisis, no somos tan genios como él ¡por favor! Somos solo un arma más que el paciente usa, a veces bien y a veces también mal.
Voy a escribir a futuro un artículo para mis consultantes, denominado “Empoderarse de la psicoterapia”, para ayudarlos con ello a tener una positiva/activa-receptiva actitud ante una psicoterapia. Empero nosotros, así como cuando un médico ve que una herida no necesita más intervención y, a lo sumo, hace un mantenimiento, chequeo esporádico sin intervenciones, para ver que todo marche bien, así deberíamos obrar los expertos en salud mental también.
Me gustaría citar el ejemplo de las águilas, como una alegoría clásica, mítica. Un psicólogo emula por momentos al arquetipo de la Papisa, arcano número 2 del Tarot Marsellés. La cual es una sanadora del interior. Un prototipo solo del mundo oculto. Es por esto que no se deben tener vínculos profundos por fuera de la clínica entre paciente y psicólogo, se rompería con el arquetipo. La psicoterapia es un ritual de sanación que se remonta antaño, encuentro mítico entre sanador y protagonista (del latín “proto-agonistis”, el primero en agonizar), mito que tiene la edad de la humanidad. Así como una madre interior, o una abuela sabia. Así como las mamás águilas, las que cuando sienten en su instinto que su polluelo esta listo para volar, lo empujan al vacío.
En nuestro caso debemos sentir por nuestro instinto; por nuestra experiencia, lo que hace al “olfato profesional”, y por nuestra razón, alimentada por estudios y lectura; el profesional debe sentir así que su paciente ya se puede arreglar solo, entonces tiene que darle el alta. Digamos “alta” por no encontrar ahora un termino más adecuado. Alta siempre provisoria ya que, hay que aclarar, la puerta del consultorio de un profesional de la salud mental, no psicoanalista ortodoxo, debe ser como la puerta de una cocina de un restaurante, vaivén, se abre para los dos lados. Se le da el alta cuando todavía nunca voló… llamémoslo exageradamente, “el envión sagrado de la mamá águila”. Se le da un voto de confianza, un “¡vos podés!”, sabiendo que uno está allí por si quiere volver. En términos lacanianos: no como una madre devoradora, sino como una madre castradora. Somos ahora la falta, el sujeto barrado (castrado, incompleto) empieza a circular con su deseo por fuera del objeto “A” en el que estamos situados, nuevos objetos aparecerán en su horizonte… “vos podés”.
Todo esto a veces resulta desconcertante para los pacientes habituados a psicoanalistas-madres-devoradoras adoctrinadores. Es por esto que el alta tiene que ser dada con tacto, explicada; de esta manera el paciente no se sentirá abandonado en caída libre como aguilucho. Es que al trabajar con algo tan poco objetivo, tan subjetivo como el psiquismo, siempre deberíamos advertir que toda alta es presuntiva, que puede volver cuando lo necesite. (También explicando que, en general, no es un alta ya que no estaría “enfermo”).
En mi humilde experiencia esto es muy bueno para los pacientes, no solo para el que se va sino que también para los venideros, ya que uno así es mejor profesional y puede también atender a muchos más; si conserváramos a todos nuestros pacientes por años y años, como hacen los psicoanalistas ortodoxos, entonces llegaría un tiempo en el que no tendremos más turno para ofrecer… ¿Qué más parecido a una secta de a dos?
Entonces siempre es más sano, cuando se sientan preparados, ¡pajaritos a volar!
Lic. Gastón Gandolfi.