En este breve artículo me propongo escribir sobre un problema que enfrentamos a diarios los psicólogos que trabajamos en clínica. El cual provoca en muchas oportunidades que el paciente retroceda o incluso deje la terapia. La dificultad mayor de lo que Sigmund Freud denominó el masoquismo moral radica en que los pacientes no logran tomar decisiones en su vida que les permita transitar con felicidad su existencia, ni sentirse plenos con respecto a sus proyectos y mantenerlos adecuadamente, ya sean de trabajo, pareja, estudios, familia, etcétera, lo que los lleva a sufrir en demasía.
La teorización psicoanalítica llega a al conclusión de que existe una predisposición humana intrínseca al masoquismo moral, lo que llevaría a las conductas antes mencionadas. Freud, en su análisis, lo relaciona con especulaciones sobre la pulsión de vida y de muerte, y les recomiendo leer de su texto de 1924, «El Problema Económico del Masoquismo», por demás interesante y revelador.
Divergentemente propondremos que observando la naturaleza no se encuentra dicha predisposición, no solo que no se ve en ningún animal un impulso a auto castigarse o agredirse, salvo por enfermedades puntuales, sino que tampoco observamos que en bebés, en los primeros meses de vida, se presente semejante inclinación, sino que todo lo contrario. Solo más tarde, cuando actitudes de este tipo generen un beneficio secundario sobre la atención de los progenitores, es cuando este tipo de conductas comienzan a florecer.
Propongo entonces vincular este concepto ya no con una predisposición intrínsecamente humana, sino con una corrupción del alma o psique. Una desviación de un arquetipo o atributo sí esencial del Hombre.
Echando mano al esoterismo monoteísta, ya sea sufi, cabalista o cristiano, tomaremos el concepto de sus bagajes de Atributos Divinos. Entonces, si para S. Freud el masoquismo estaría relacionado con una actitud de auto castigo moral, directamente vinculado con el sadismo, estaríamos frente al atributo de “El Castigador” o más precisamente del “Riguroso” de lo que se toma el concepto de “rigor”.
Según los sufis toda actitud enferma del ser humano se desprende de un atributo divino, al cual se le da un mal uso, ya sea por exagerado o por ser utilizado en momentos inoportunos. Es así como el mal uso de la prudencia pude convertirse en cobardía, el mal uso de la valentía en desenfreno o ira, el mal uso de la honra en soberbia, etcétera.
Entonces, según esta nueva y simultáneamente antiquísima y tradicional conceptualización, el masoquismo no es sino un mal empleo del atributo divino del rigor, lo que el hombre posee, ahora sí, esencialmente. Algo que se puede ver en animales y especialmente en niños (con sus padres). Atributo que le viene en pinta al célebre constructo freudiano del Superyo. Consecuentemente, no es que en sí el masoquismo sea negativo, sino que lo “negativo” es su mal empleo.
La solución clínica propuesta para sanar dicha predisposición será entonces trocar esta mala utilización o uso negativo, por una buena o uso positivo. Cambiar de un uso inadaptativo para la vida anhelada por el paciente a uno adaptativo e integrador psíquicamente. Es decir, mudar el mismo atributo de negativo a positivo.
¿Cómo hacerlo?
Esto es bien sabido y utilizado en diversas instituciones de ayuda para adicciones, quizás incluso sin tanta teorización de base. Quienes por ejemplo prohíben a sus pacientes tomar un vaso de vino… ni una copa. Incluso se les niega el frecuentar personas que consuman. Y les hace realizar actividades exigentes mental y físicamente, entre otras cosas. Otros ejemplos lo son también las cofradías iniciáticas autenticas, dándole un uso positivo. Y una utilización siniestra en falsos gurues, quienes lo emplean para hacer sentir tan culpables a sus discípulos que estos terminen sirviéndolo plenamente, y abandonando sus propias vidas en pos de su angustiosamente deseada redención. Esto ya se explicó con más precisión en el artículo sobre falsos maestros de mi autoría.
La alternativa clínica aquí propuesta consiste en extremar las exigencias, al punto de la severidad, en contra de las actitudes patógenas de aquellos pacientes que contengan una exagerada carga de masoquismo en su estructura yoica. Claro está, sin atravesar limites que puedan herir ni mucho menos denigrar su humanidad.
Se trata de mostrar al paciente su realidad, tal cual es y está, en el momento preciso que uno considere realizarlo. Ahora, sin entrar en debates filosóficos sobre lo que es la realidad, más vale estoy planteando hacer indicaciones frontales y precisas sobre los actos dañinos concretos a los que lleva la patología correspondiente. Y esto sin permitir concesiones, pretextos, intelectualizaciones o cualquier tipo de evasivas que deriven en un “no sentirse tan mal por sus defectos”, no facilitando así, por así decirlo, tapar el sol con un dedo, lo que cómplicemente mantendría su enfermedad toda en pie y provocaría, al fin y al cabo, daños y padecimientos superlativos al sentimiento suscitado por la aparente severidad del terapeuta. Mas aún, recomiendo llegar a debatir sobre los posibles efectos futuros de dichas acciones y, si es posible, exagerar un poco la cuestión…
En términos lacanianos no se trata sino de refundar una ley paterna que ponga coto al goce y habilite así lo volitivo, dando acceso al placer subjetivo. Desde el punto de vista económico freudiano consiste en sacar partida terapéutica de la pulsión de muerte, mudandola así a pulsión de vida, contando entonces con una perpetua energía, ya que, como decía el padre del Psicoanálisis, la pulsión siempre se mantendrá mixta. Y, desde la óptica Junguiana que es la que a quien escribe toca, no es más ni menos que el trabajo con la Sombra, pujando por llevarla hacia la luz de la conciencia.
“El mundo es el maestro más severo” escuché una vez de un maestro sufi. Ergo, para todo ser racional será sublime un terapeuta severo, que advierta oportunamente; preferible a un mundo y a un destino que más que severo se vuelva realmente cruel, hasta fatal.
Pero muchas veces, en pos de un no faltar a la observancia de la venerada neutralidad y abstinencia, los profesionales de la salud se apartan de tomar estas medidas, generalmente animados más que por una supuesta ortodoxia freudiana, por una dificultad en su propio carácter o, peor aun, por un interés económico de no perder clientes.
Mi postura es que si logramos generar el rapport correcto para hacer un buen uso del masoquismo moral del paciente, lo que equivaldría, psicoanalíticamente hablando, a una buena utilización del sadismo de nuestra parte (más bien digamos el rigor positivo), en tiempo y forma ajustada, y que esto se vaya marcando en el carácter del paciente al punto del temor a perder su buen vinculo terapéutico y sus avances, podremos entonces generar nuevos surcos psíquicos para formar así nuevas conductas y actitudes en ellos.
Esta práctica radica entonces en ofrecer un sufrimiento voluntario, un sacrificio efímero, a cambio del sufrimiento mecánico, automático y perpetuo al que se ve sometido el paciente. Y ese sufrimiento voluntario, no será sino la disputa en contra de los propios hábitos negativos. Es decir, la lucha interna entre un SI negativo y un NO positivo. SI, de seguir bajo los influjos anestésicos de las actitudes que hacen sufrir mecánicamente, por lo tanto negativo. Y NO, de oponerse por más que al principio duela, por tanto positivo. Esta puja no es sino una fricción interna, generadora de un brío alquímico, energía fundamental e imprescindible para provocar los verdaderos cambios en el ser humano. La cual no es espiritual ni de fantasía sino que netamente psicológica y tan real como las alteraciones físicas que suscita.
Recién entonces, lo que antes a muchos pacientes les parecía un horizonte inalcanzable, de lo que el psicoanálisis clásico luego de años de análisis no hizo más que convencerlos de que, como dice Juan Manuel, “Cuanto más voy pa´ llá, más lejos queda…”, comenzará a aparecer tan certeramente en sus existencias que abandonarlo será impensable o estúpido (con el perdón de la palabra) para ellos mismos. Y, les aseguro, no se trata aquí de pura teorización de mi parte sino que lo abalan años de resultados clínicos concretos y asequibles, propios y ajenos. Increíble para alguien que hoy esté bajo los influjos de las neurosis propias. Todo esto, obviamente, en concordancia con un tratamiento integral, de métodos del tipo que cada profesional contenga como herramientas de trabajo y le parezca más conveniente en pos de un nuevo estado de salud e integración psíquica del paciente.
¡Ha hacer un buen uso del masoquismo entonces!
Lic. Gastón Gandolfi
Psicólogo UBA